miércoles, 24 de marzo de 2010

Perdón Mónica



Ella era la más alta del grupo y unos pocos años mayor, por eso sus amiguitos la llamaban "jirafa".
En las fotos de los cumpleaños infantiles sólo salía su boca grande y sonriente, llena de dientes blancos: El fotógrafo privilegiaba a la mayoría, los petisos, tal como en una democracia mal entendida.
Ella vivía en una quinta. Hermosa. Con árboles añosos y una casa que alguna vez había sido importante.
Pero ella vivía en la casa de los cuidadores, con una habitación y un baño lejano. Su abuela, que la había rescatado de la muerte y que la criaba como a una hija, era la casera.
Ella era más grande que los demás, pero sólo físicamente. Su cabeza divagaba en las largas jornadas escolares con el resultado conocido: repetía de grado.
Ella había nacido de un parto compartido con su hermano, unos minutos mayor que ella y con más posibilidades de sobrevivir. El médico rural tuvo que elegir y no dudó. Dejó a un costado al feto que creía muerto y se dedicó al otro.
Lo de siempre. Sólo sobrevivirán los más fuertes.
Pero el médico no sabía una cosa: Su abuela, María, la reviviría con baños de agua fria y el pequeño feto lloraría. Ella también era fuerte .
Sus padres se quedaron en el campo y ella vino a Buenos Aires con su abuela para vivir en esa quinta.
Su abuela, aparte de su trabajo de casera, limpiaba casas por hora y una de ellas iba a ser la mía.
Y así nos hicimos amigas.Y jugamos en la quinta. Y usamos la casa de los dueños. Y nos comimos todos los nísperos. Y nos hamacamos, tanto, que una de mis hermanas, aún hoy, lleva la cicatriz de un hamacazo en la ceja.
Y jugamos a que éramos las dueñas.
Mis hermanas, dos amigas y yo, éramos las dueñas.
Ella no.
A ella la relegábamos a papeles secundarios, de mucama o cosas por el estilo (es que en en esa época teníamos poca conciencia social).
Inspiradas por telenovelas de la televisión ( léase Andrea Del Boca y compañía), casi siempre la tratábamos mal, creíamos que eso era lo que correspondía.
Ella logró, que gracias a su fanatismo ciego, yo escuchara a Sandro y llorara frente al tocadiscos.
Crecimos. la infancia terminó.
Un día me mostró un algodón lleno de sangre y me impresioné.
Su quinta se vendió. Hoy alberga a una estación de servicio.
Ella se mudó. Se casó. Tuvo hijos.
Yo también.
Se acuerda de mi cumpleaños, y de vez en cuando me llama el 9 de febrero.
Ella cumple el 14 de septiembre y yo siempre la recuerdo. Y a veces me acuerdo de llamar.
Se llama Mónica. Y nunca olvidaré cuando parecía más alta y más grande que yo. Hoy le llevo media cabeza.
Y otra vez, no sé donde anoté su número de teléfono, la puta madre.