Le tengo miedo a las tormentas desde que tengo memoria. Es que viví hasta los siete años en una casa que se inundó dos o tres veces.
Recuerdo a mis viejos mirándose cada tanto entre ellos y mirando por la ventana para ver por donde estaba el agua en la calle. De pronto, sin decir una palabra, empezaban a tirar cosas arriba de los muebles altos, por ejemplo los roperos. Colchones, cajas, ropa, todo lo que se pudiera arruinar.
Recuerdo también, una vez que se reían cuando dos pelelas apiladas salieron flotando hacia la calle, y nosotras, (mis hermanas y yo, porque mi hermano era demasiado bebé como para enterarse de algo) llorábamos y no entendíamos cual era la gracia.
En fin, pasaron los años, nos mudamos de esa casa, y sin embargo...
Me metía en la cama y me tapaba hasta la cabeza. Y aunque mi mamá me decía : " vas a ver que esta casa no se inunda"
Yo decía :" si, je je, bueno...", y pensaba: " no sabe nada esta mina"
Desde que mi vida transcurre en Ituzaingó nunca más se inundó mi casa. Ni la paterna ni las que habité después. A pesar de eso, seguí temiendo a las tormentas con rayos y truenos.
Un escalofrío me recorría el cuerpo con cada explosión en el cielo y a pesar de que trataba de seguir con lo que estaba haciendo, no podía dejar de mirar de reojo hacia afuera, como preparándome para salir corriendo ante la más mínima señal. Un estado de alerta total.
La gente que me conoce bien sabe que ante una tormenta fuerte, mejor que ni me hablen, que no me jodan, porque salgo corriendo a taparme...
Hoy, empezó una tormenta, que al final terminó en nada.
Pero, cuando escuché el primer trueno supe que algo había cambiado para siempre.
No tenía miedo.
No sé por qué.
Salí afuera, al patio, a mirar. A sentir el viento que doblaba árboles. Increíble
Me daba placer.
Le dije: " Dale, más"
Y se fue por donde había venido. La tormenta y mi miedo.
Tal vez llegué al punto de la vida donde te podés reir de dos pelelas flotando hacia la calle.