martes, 21 de octubre de 2008

MADRE REAL


Cuando Pablo apareció en mi vida y en mi cuerpo yo tenía poco menos de 19 años, casi la edad de Nahuel, mi hijo menor.
No tenía miedo de no poder criarlo. Tenía miedo de decirle a mi papá que estaba embarazada.
Al final, no fue para tanto, sólo que no me habló por unos días.
Armamos con Norberto una casa completa en poco tiempo y nos casamos. En esa época era así.

El día que nació era martes. Me sorprendió su color azulado y su cabeza ovalada. El médico dijo que era por que tardó demasiado en salir. Se ve que no quería. Lloraba con una voz grave, impostada. Yo no podía creer que había fabricado a un ser humano completo. Nos quedábamos todo el día solos en nuestro departamento de un ambiente de Ramos Mejía. Nunca quería comer, creo que desde entonces odia a las cucharitas. A los dos años hablaba perfectamente y elegía la ropa que quería ponerse.

A los tres años nació Marina, flaca y larga, con su mancha roja en el párpado, que el médico dijo se iría a los pocos días y que se quedó con ella para siempre. Era un miércoles y nació apenas me interné. Sus hermosos ojos de color aguamarina se cerraban pocas horas por día. No dormía nunca. Fue adicta al chupete largo tiempo. Yo lo escondía y ella sacaba uno nuevo del negocio de su abuela. Nadie como ella para idear travesuras. Solamente unos pocos entendíamos su idioma.

Cinco años después, otro miércoles de julio llegó Nahuel. Gordísimo. Pablo lo apodó magoo porque tenía los ojos cerrados igual que el personaje animado. Tuvo cientos de sobrenombres desde entonces, algunos de los cuales perduran. Se pasaba todas las noches a nuestra cama. Todas. Yo escuchaba el sonido de sus patitas descalzas por el pasillo. Jugaba al family game desde muy chiquito como un experto y el joystick le quedaba grande en sus manitos. Cuando lo llevaba conmigo a comprarme ropa, espiaba a las mujeres por debajo de la puerta de los probadores. Todos creían que lo hacía inocentemente...yo pensaba que era un tipo de 40 años atrapado en el cuerpo de un niñito.

Me gustó tenerlos. No viví algunas cosas que me correspondían por edad, pero a algunas de ellas las estoy viviendo ahora.

Me gusta tenerlos, grandes, formados como personas y disfrutando casi de las mismas cosas que yo.

No sé por qué se me ocurrió contarles todas estas cosas. Debe ser el día de la madre que me llevó de viaje por aquellos días.

viernes, 10 de octubre de 2008

Palabras que matan


En mi larga vida de mujer retorcida he aprendido (un poco) que hay ciertas frases que decimos todas nosotras, o casi todas, las cuales provocan que los hombres a quienes las dirigimos, directamente se metan dentro de su caparazón de tortuga milenaria y no vuelvan a asomar la cabeza por largo rato, (¡a veces por años!)

Es que creemos que sólo nosotras las usamos, cuando en realidad los pobres ya las han escuchado de boca de muchas mujeres, incluso de sus propias madres.

Son frases, que carecen de sentido la mayoría de las veces, pero que hacen mucho ruido en los pobres cerebritos de los hombres que supimos conseguir (y no siempre conservar).

Tenemos que hablar: Preámbulo para cosas que siempre son culpa de él. Y si no, ¡es porque conocimos a otro!

Te lo dije: Usada por madres, esposas y hermanas. Una cagada.

Esta me la vas a pagar: Sólo apta para mujeres despechadas y , francamente, sabemos que no la van a pagar nunca.

No me llames nunca más: Mentira. La mayoría de las veces la decimos para ver si es tan boludo como para cumplir la órden
De donde venís o su variante A qué hora volvés. Los pequeños maleantes verán coartada su ilusoria libertad. No vale la pena decirla.

Vos te creés que estás hablando con la idiota de...? (llenar con el nombre de la ex) Nunca, pero nunca, hay que nombrarla.

Vos sos o te hacés? Obvio que es.

Hay más, pero no se me ocurren tantas porque estoy en período de incubación creativa.

De todas maneras:

Cuidado pequeñas!, hay palabras que matan.

Úsenlas sólo cuando quieran matar de verdad.